Esta semana Barcelona y Madrid han visto a la nueva promesa del indie británico, SOAK (Bridie Monds-Watson, norirlandesa de 18 años), presentar su propuesta musical, contenida en su álbum de debut, Before We Forgot How To Dream (2015). En el caso madrileño, aunque la sala originalmente proyectada para acoger el evento era Joy Eslava, el sentido común acabó trasladándolo a la más pequeña e íntima Boite Live. Por lo general creo que salimos ganando con el cambio, haciendo el concierto mucho más cercano y honesto, aunque con el único inconveniente del excesivo calor que hizo en la sala durante éste.
Bridie se presentó sin telonero, sola para interpretar los dos primeros temas del espectáculo en austero acústico. Pero pronto se le unieron batería y guitarrista-bajista-teclista para completar el grupo. En total se interpretaron 11 canciones, una de las cuales fue un nuevo tema no incluido en el reciente disco de SOAK. Un concierto de algo menos de una hora al que, aunque le costó un poquito arrancar, el paso de los minutos le hizo ganar en intimidad y conexión con la audiencia. Hacia la mitad de éste Bridie estaba contando cuánto echaba de menos a sus perros durante la gira y la tenue atmósfera de confianza, a pesar de su timidez, permitió que la actuación fuera cogiendo cuerpo. Fue especialmente sorprendente la calidez y claridad con la que su voz se mantuvo durante la práctica totalidad de la actuación: al estar tan “oscurecida” en su versión de estudio, uno habría esperado que la voz no fuera gran cosa. Pero nada más alejado de la realidad. Salvo un par de renqueos muy intrascendentes en el tramo final del concierto, un diez a la grave vocecita de la norirlandesa.
B A Nobody marcó uno de los primeros puntos verdaderamente intensos de la noche, con un rico sonido eléctrico y la voz de Bridie sonando con clara solidez. Volvimos a tener ocasión de catar esta faceta eléctrica de la banda de nuevo al final del concierto, cuando se marcaron una brillante interpretación de Oh Brother llena de acoplos, distorsiones y pequeñas sorpresas sonoras que aportaron una dimensión nueva e inesperada a la propuesta de SOAK. Un final por todo lo alto que acabó coronado con un breve bis, una versión del I Can’t Make You Love Me de Bonnie Raitt, de nuevo con Bridie a solas con su guitarra. Al final, muy buen sabor de boca, la sensación de que SOAK tiene mucho que ofrecer y que, aunque todavía le queda enorme espacio para crecer es ya, sin levantar siquiera veinte años, una artista con un directo sólido y descatable. Seguiremos atentos.
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